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Archive for enero 2013

Norbert Elias. Nacionalismo VI

Terrorismo, orgullo nacional y patrón nacional de civilización

Nacionalismo vs. sentimiento o conciencia nacional

Hay ocasiones en las que las generaciones más viejas y las más jóvenes comparten manifiestamente las mismas orientaciones políticas y culturales y otras en las que las jóvenes generaciones oponen abiertamente sus orientaciones a las de las generaciones establecidas más viejas. La oposición extraparlamentaria y el terrorismo de la república de Weimar son un ejemplo de lo primero, los de la república federal de Bonn, de lo segundo.

Como he dicho con anterioridad no pueden comprenderse los últimos choques culturales en lo que se refiere a las orientaciones, las creencias y los ideales políticos  si se ignora el hecho de que conflictos análogos se dan en casi todos los países desarrollados no dictatoriales y sobre todo en los Estados nacionales de Europa.*

*Ciertamente también se dan conflictos generacionales en países menos desarrollados que atraviesan un nivel más temprano del proceso de modernización. Estos conflictos se diferencian, no obstante, de los de los países más desarrollados, siendo  esta diferencia  muy concluyente en lo que respecta a la conexión que hay entre la estructura de del desarrollo social y los conflictos generacionales. En ambos casos las generaciones más viejas prefieren mantener la tradición y preservar el orden establecido mientras que las más jóvenes se inclinan más hacia lo nuevo. Pero en los llamados países en vías de desarrollo nos encontramos con sociedades cuyas generaciones más jóvenes-con razón o sin ella- sienten que su sociedad progresa. Estas generaciones quieren salir de una situación de pobreza económica y degradación política y la tradición que sus antecesores generacionales quieren mantener y prolongar la asocian al estigma de la  degradación nacional a la que oponen el orgullo de un nuevo amor propio convirtiendo este nuevo orgullo nacional en estandarte del progreso de la nación. Esta situación es casi la contraria a la que experimentan  los países relativamente desarrollados de la parte de Europa en la que no hay dictaduras.

Estos conflictos generacionales están relacionados con el hecho de que la segunda guerra mundial supuso en cierto sentido para la evolución de este grupo de Estados de las naciones más desarrolladas un corte más profundo que el que implicaron todas las anteriores guerras y revoluciones: en la estela de la segunda guerra mundial tanto los medianos y pequeños como los Estados europeos más poderosos y grandes experimentaron un cambio radical en su posición en la jerarquía de los pueblos de la tierra; perdieron la posición hegemónica que habían ocupado durante siglos y descendieron en el mejor de los casos a potencias de segundo rango. No vamos a discutir aquí qué efecto tuvo sobre la generalidad de sus respectivas poblaciones esta pérdida de estatus. Nos limitaremos a proseguir las reflexiones que habíamos comenzado acerca de su significado en las relaciones entre las generaciones más viejas y las más jóvenes.

El orgullo nacional de las generaciones más viejas no se vio en general muy afectado por el cambio en la cuota de poder y consiguientemente en el estatus de su país. Su educación y el desarrollo de sus disposiciones personales habían tenido lugar antes de la guerra. Su visión del Nosotros en tanto ingleses, franceses, italianos o alemanes se había formado en esta época y, dado el profundo arraigo de esa visión en la conciencia del amor propio y en la estructura de la personalidad del individuo, la misma fue afectada relativamente poco por los cambios operados en la realidad. La frialdad racional con la que asimilaron la pérdida de estatus y la reducción de la cuota de poder de sus respectivos países apenas afectó al calor de su conciencia nacional. Su orgullo nacional quedó en general intacto. A los que nacieron durante o después de la segunda guerra mundial no les pasó lo mismo. No obstante, a este respecto las diferencias entre las distintas naciones europeas son sustanciales.

Las generaciones inglesas de después de la guerra eran muy conscientes del cambio en la posición de dominio de su país tras 1945 y esta conciencia no pudo por menos que influir en su amor propio en tanto que ingleses. Pero en Inglaterra la conciencia del gran valor que suponía pertenecer a la nación propia era especialmente estable- quizá más estable que en ninguna otra nación europea. Este amor propio colectivo no tenía el carácter de un ideal político que pudiera ser “calentado” por la propaganda de ningún partido sino que se relacionaba y se relaciona con el sentimiento muy extendido y sentido como evidente de que es mejor ser inglés que francés, alemán etc… un sentimiento que no requiere ni ser recalcado ni razonado especialmente.*

*Es cuestionable si un amor propio así entendido permite ser caracterizado como “Nacionalismo”. Este término puede referirse a un sistema de argumentos puramente intelectuales, a un programa de acción fundamentalmente intelectual o a una ideología de partido detrás de la cual se ocultan determinados intereses de clase. Quizá sea útil diferenciar  un nacionalismo en este sentido de un sentimiento o conciencia nacionales que no tienen por qué presentarse siempre intelectualmente articulados.

El origen de este sentimiento hay que ligarlo a un proceso de construcción del Estado continuado durante siglos, a una posición de poder que fue en aumento y a una riqueza del país que también lo fue haciendo. En el doble proceso de formación de la nación, por un lado, y  desarrollo de un sentimiento de solidaridad que la iba abarcando en su conjunto, por otro, jugó asimismo un papel decisivo la creciente interdependencia e integración de las diferentes capas sociales y de las diferentes regiones. Además en el caso de los ingleses este sentimiento se apoyaba y confirmaba en un canon de conducta muy marcado aunque comparativamente discreto que les servía, y no en último término, como Schibboleth (Schibboleth se refiere a cualquier uso de la lengua indicativo del origen social o regional de una persona, y de forma más amplia cualquier práctica que identifique a los miembros de un grupo, una especie de santo y seña.): valiéndose de él- valiéndose de un sondeo de las formas de reaccionar de un desconocido- se distingue enseguida quién es aquel que reacciona como un inglés y quién alguien que no lo es.*

*George Orwell ha descrito en uno de sus ensayos algunos aspectos del sentimiento nacional inglés (England your England en “Inside the Whale and other Essays”, Harmondsworth 1957, Penguin; Estoy en deduda con Cas Wouters por haberme informado sobre este libro). Un corto extracto del libro puede aclarar lo dicho más arriba:

“Ciertamente las llamadas razas de Gran Bretaña se sienten muy distintas entre sí. A un escocés no es que le siente muy bien que se le interpele como inglés… Pero estas diferencias como que desaparecen en un santiamén tan pronto dos británicos se encuentran frente a un europeo… Contemplados desde fuera un Cockney de Londres y un hombre de Yorkshire se parecen como dos miembros de una misma familia. Incluso las diferencias entre ricos y pobres disminuyen cuando se contempla  la nación desde fuera. Es incuestionable que hay en Inglaterra diferencias de riqueza y  que estás son tan grandes como en ningún otro país europeo.. Desde un punto de vista económico en Inglaterra existen dos naciones sino tres o cuatro. Pero al mismo tiempo la gran mayoría de esta gente siente que forman una única nación siendo conscientes de que se parecen más entre sí que a un extranjero. El patriotismo es normalmente mayor que el odio de clase o que cualquier otro tipo de internacionalismo. Aparte de un momento puntual en 1920 (el movimiento “Fuera las manos de Rusia”) la clase trabajadora inglesa no ha pensado ni actuado nunca en términos internacionales…

En Inglaterra el patriotismo cobra distintas formas según las clases. Pero las recorre a todas como un hilo que las une. Solo la intelectualidad europeísta es inmune al patritismo. En tanto que sentimiento positivo su fuerza es mayor en las clases medias que en las altas. En la clase trabajadora el patriotismo tiene profundas raíces pero inconscientes… La famosa “insularidad” y hostilidad hacia el extranjero de los ingleses es mucho más fuerte en la clase trabajadora que en la burguesía. Durante la guerra de 1914-1918 la clase trabajadora inglesa entró en contacto con extranjeros en una medida en la que hasta la fecha no lo había hecho. La consecuencia que se derivó de ello fue que de regreso a casa se trajo consigo un odio hacia todos los europeos- menos hacia los alemanes de quienes admiraban el coraje… La insularidad de los ingleses, su negativa a tomar en serio a los extranjeros es una necedad que de vez en cuando les sale cara. Pero cumple un papel en su forma de sentir el carisma inglés (the english mystique)

Saldo o balance entre el patrón nacional de conducta y el orgullo nacional como vía compensatoria de goce y transformación civilizadora del individuo

Nos encontramos aquí con un patrón nacional de conducta profundamente enraizado en la estructura de la personalidad y una visión del Nosotros que le está estrechamente unido y que constituye una parte integral de la identidad del individuo, un símbolo fiable de su pertenencia al grupo junto con los demás miembros. Este patrón de conducta y esta visión del Nosotros cumplen al mismo tiempo una función de conciencia en la medida en que comprenden unas prescripciones que atañen a la forma en que un inglés precisamente por ser inglés debe y no debe comportarse.

El ejemplo inglés de conexión entre sentimiento nacional , por un lado, y patrón nacional de conducta y estructura nacional de la conciencia, por otro, permite introducir un factor que a la hora de abordar la sociogénesis del terrorismo en la época de la República Federal se suele pasar por alto  al contemplarlo aisladamente sin plantearse la pregunta de por qué grupos de protesta de las generaciones de después de la guerra se deciden por el uso de formas violentas de  actividad política precisamente en Alemania y no, por ejemplo, en Inglaterra. Lo que en este sentido voy a decir constituye una proposición o, si se quiere, una hipótesis que a lo mejor merece la pena investigarse.

El crimen, el robo, el fuego como medios para la obtención de fines políticos constituyen una ruptura del monopolio estatal de la violencia, cuyo mantenimiento garantiza la relativa pacífica convivencia dentro de un Estado. Uno de los requisitos para el funcionamiento de la relativamente compleja estructura de un Estado nacional industrializado es un relativamente alto grado de pacificación interna. La estrategia violenta de grupos terroristas supone un ataque premeditado contra la existencia del monopolio estatal de la violencia y se diría que se dirige así contra el corazón mismo del Estado, pues si este monopolio se demuestra incapaz de cumplir su función y se desmorona, se desmorona también tarde o temprano el Estado. La ruptura de ese monopolio de la violencia requiere al mismo tiempo, que haya una ruptura de las barreras individuales frente a las acciones violentas que en el seno de los Estados suele inculcarse en la conciencia a sus miembros desde niños. Y dado que la necesaria renuncia a la acción violenta dentro del Estado forma parte esencial de lo que llamamos “comportamiento civilizado” y habida cuenta de que proceso de civilización y de construcción del Estado se entretejen mutuamente, los movimientos terroristas representan en el sentido del proceso civilizador movimientos regresivos, teniendo un carácter anti-civilizador.

Desde luego que estas afirmaciones no contienen nada que los grupos terroristas puedan aceptar como argumentos contra sus acciones. Su argumento es el de que el Estado de la República Federal y su civilización no merecen sino ser destruidos y además por todos los medios. Como piensan que este objetivo no podrá ser cumplido sino con medios violentos, los que así piensan se meten a  terroristas.

En Inglaterra también aparecieron en escena grupos de jóvenes con ideales más o menos revolucionarios que rechazaban tajantemente y combatían el orden imperante en su sociedad por sus injusticias. Pero no me consta que ninguno de ellos fuera tan lejos como los terroristas alemanes. No hubo ningún grupo que buscara desestabilizar la estructura estatal mediante secuestros,  asesinatos, fuego y robo. Mi hipótesis es que el hecho de que en Inglaterra- como, por otra parte, en Francia y en Holanda- los grupos de oposición extra-parlamentaria se limitaran a medidas de oposición más o menos pacíficas y, en este sentido, legales, está conectado, entre otros factores, con la solidez del sentimiento nacional en estos países. Lo que Orwell decía de la Inglaterra de las primeras décadas del siglo XX respecto de la existencia en ella de un sentimiento nacional sólido más allá de cualquier oposición de clase y, además, de un orgullo nacional de base común, es válido también para la Inglaterra de los 80- aunque la coraza civilizadora parezca menos firme debido a los embates de la realidad que han privado a Inglaterra de su brillo de antaño. Nadie puede decir por cuánto tiempo más y si  la forma tradicional del orgullo nacional inglés será capaz de soportar estos golpes de la realidad. Pero de momento uno tiene la impresión de que el sentimiento del gran valor que para un inglés tiene el hecho se serlo permanece intacto. Y este sentimiento permanece intacto también en los grupos de jóvenes que se oponen muy críticamente al orden social imperante en su país. Hoy como ayer existe una clara conexión entre orgullo nacional y  auto-moderación civilizadora que hace que no se contemple utilizar el asesinato y el robo como medios políticos de lucha.

Orgullo nacional y transformación civilizadora del individuo se relacionan de una forma característica. La transformación civilizadora que conduce del libre curso de las pulsiones en los niños a la adquisición de patrones de control de las mismas en los adultos apareja considerables dificultades,  angustias y pesares de todo tipo y luchas consigo mismos para los individuos incluso de las tribus más simples. En sociedades más desarrolladas este proceso es, de acuerdo al más alto grado de civilización, no solamente  más largo sino especialmente penoso. El riesgo que comporta es siempre considerable. Al final lo que resulta decisivo, para decirlo brevemente, es el saldo entre la renuncia a las pulsiones que en el curso del proceso civilizador a un individuo se le impone y las vías compensatorias de goce que este mismo proceso abre y posibilita. Si a un niño se le satisfacen todos sus deseos y necesidades no evoluciona como persona y se queda  niño por más que su cuerpo crezca. Renuncia y recompensa- palo y zanahoria- cumplen una función en tanto que estímulos para su transformación en una persona adulta capaz de refrenar y remodelar  sus pulsiones e impulsos de acuerdo a las normas del mundo adulto. El mantenimiento de los auto – controles que en un momento dado se han llegado a alcanzar requiere como contrapeso vías copensatorias de goce de una u otra clase. El orgullo nacional, una forma más amplia del amor propio, puede funcionar como tal recompensa. Inglaterra es solo un ejemplo de este carácter complementario entre orgullo nacional y seguimiento de un patrón nacional normativo en las maneras de actuar y sentir.

El sólido y autónomo patrón de civilización que fue cobrando forma en países como Inglaterra y Francia a lo largo de un proceso de siglos y, sobre todo continuado, de formación del Estado y que se tradujo en su ascenso gradual a la categoría de potencias hizo posible- a pesar de la problemática que supuso su pérdida de poder  después de 1945- que las generaciones de posguerra también se vieran como un eslabón en la cadena generacional y  que dieran  un sentido y un valor a una identidad nacional que seguía siendo sentida como la más natural de las cosas. Puede que la recompensa emocional que cada individuo recibía de su participación en el valor colectivo de la nación fuera menor y más dudosa si se la compara con la que se les brindó a aquellos que se criaron antes de la guerra. Con todo, más allá de las sacudidas sufridas, el valor y el sentido de la identidad nacional y del correspondiente patrón de civilización fueron relativamente poco cuestionados. La experiencia nos dirá qué efecto a largo plazo puede tener el desdibujamiento de la atribución de sentido que la pertenencia a la nación propia suponía, si y en qué medida los ideales y patrones de conciencia nacionales pueden seguir siendo compatibles con las renuncias que al individuo exigen cuando las recompensas afectivas ligadas al orgullo nacional se ven disminuidas. Hasta ahora, no obstante, el conflicto sostenido entre las generaciones de antes y de después de la guerra, que en estos países tampoco faltaba, no ha traído una ruptura en la continuidad de la evolución del Estado ni en la del desarrollo de patrón nacional de civilización.

Disposición afectiva

Últimamente no hago más que darle vueltas a estas dos palabras. «Disposición afectiva». Las descubrí primero en Heidegger “Die Befindlichkeit”, algo así como el encontrarse del «me encuentro bien» o del «me encuentro mal» o del «hoy como que no me encuentro» o sea del «hoy como que me he perdido» y luego por hache o por be se me han ido apareciendo recurrentemente.

¿Que qué quiere decir esto de la disposición afectiva? A mi modo de ver se trata de una especie de conjunto de estilos de sentir que le predisponen a uno a comportarse de un cierto modo y no de otro. Bueno, de sentir, de pensar y, yo creo, que en general de ocupar el tiempo, de ocuparlo cuando uno «como que se encuentra bien» y de perderlo o si se quiere, de dejar de ocuparlo, cuando uno «como que no  se encuentra». No parece que nadie haya tenido la posibilidad de construirse una disposición afectiva a su medida, antes se diría que es la disposición afectiva la que le ha construido a uno a la suya. De esta dicotomía resulta difícil salir desde luego, si es que hay salida, y lo mejor para no salir nunca quizá sea meterse en disquisiciones teóricas. Así que iré al grano ya que mi pretensión es más bien modesta. Teniendo como la tengo  localizada, conociéndonos como nos conocemos tiempo ha, mi disposición afectiva y yo, digamos que tenemos nuestros días. Hay días, y supongo que a ello se debe el que esto escriba , en los que, cómo decirlo, mi disposición afectiva se pone sencillamente plasta. Literalmente no soy capaz de soportarla. Su peso me vence. Que si esto mal, que si aquello otro también, que si ya estoy incurriendo en culpa por lo de más allá, que si yo veré, pero que así no puedo seguir. Dios me libre de quitarle las razones que la asisten en ponerse como se pone. Al contrario me sumaría a ellas con agrado si no albergara la sospecha de que es ella misma la que está en el origen de las acciones que son fuente de sus quejas  de suerte que ,yo, en realidad, maldita la cosa que pinto en toda la bochornosa escena . Y ojalá de verdad que fuera así, ojalá pudiera soltarle un expeditivo “Tú misma” para seguir de la misma a lo mío, sea esto lo que sea. Pero hasta esto me cuesta porque enseguida me espeta que lo mío es ella y que no pretenda engañarle con otras. No es de extrañar por lo tanto que la situación entre ella y yo sea harto tensa. De un lado, me veo sin comerlo ni beberlo sumido en un desagradable rifirrafe al que yo en nada siento haber contribuido, y, de otro, se me hace exclusivo responsable de todo el desaguisado. Y esto de hacerme exclusivo responsable la priva, cuando lo consigue se la ve relamerse de placer- resulta obvio que hay placer en todo esto- porque una vez que sabe que me tiene a tiro , desde el mismísimo instante en que sabe que puede endilgarme toda su batería de  sermones sobre la responsabilidad y  la alabanza del esfuerzo es consciente -un hilillo de baba le resbala por entre las comisuras-de que está a un solo paso de crear las condiciones para que la escena vuelva a reproducirse, solo que esta vez con alguna que otra sorprendente vuelta de tuerca. A menudo pienso , dicho sea en su honor, que mi disposición afectiva es una virtuosa, una virtuosa del círculo vicioso.

Un buen día, alguien- quien,lo desconozco-resolvió llevarnos ante el altar y me encasquetó ese círculo de anillo. Días hay en que estoy por sacarle el dedo, si no fuera porque creo recordar que basta que se lo saque para que me encuentre bien y me resulte tanto más difícil decirle que se pierda .

Masturbations municipales

Ce billet puise à deux sources. D´un côté il tient à un article publié par le jounaliste espagnol Santiago Gonzalez dans son blog le 07/09/2012 et  d´un autre côté  à un article publié à l´égard du même sujet par l´écrivain espagnol Jon Juaristi le 09/09/2012. Voiçi les liens aux originaux en espagnol:

http://paralalibertad.org/ejemplaridades/

http://santiagonzalez.wordpress.com/2012/09/07/rectifico-concejala/

Çi-dessous un résumé en français. Je m´excuse en avance pour les erreurs de traduction.

Faits

Le 06/09/2012 une vive polemique a eclaté en Espagne à cause de la diffusion sur Internet d´une video d´une conseillère municipale d´un village près de Madrid. Il s´agissait d´ une video erotique qui montrait la conseillère en se masturbant.

Le premier jour

Les mèdias ont fait un récit des événements selon lequel la conseillère municipale aurait enregistré la video pour son mari et avec son portable. Ce récit puisait à la source des declarations de la conseillère qui pointaient du doigt le maire et son entourage comme de possibles sources du vol de la video et de l´ ulterieure diffusion des images.

Il faut ajouter que la conseillère municipale appartenait au parti socialiste alors que la mairie ètait dans les mains du parti contraire, soit, le parti populaire.

Le lendemain

Les mèdias mettaient au jour plus d´informations sur le cas.

D´aprés ces derniers renseignements le destinataire de la video erotique loin d´être le mari de la conseillère, était un gars de 27 ans qui jouait comme gardien de but dans l´equipe local et avec qui la conseillère avait une liaison. À ce qu´il semble, elle aurait voulu rompre la liaison et le mec aurait rèagi par dépit en diffusant la video sur Internet.

Suite

Désormais on ne peut plus parler de vol des images de la conseillère. Point de vol aurait eu lieu, compte tenu que les images ont été envoyées à dessein par la conseillère au gardien de but

Mensonge privé et mensonge publique

D´un part la conseillère aurait menti à son mari vu que les images n´étaient pas lui destinées. Ce mensonge pourtant n´a aucune portée publique. D´autre part on trouve un mensonge qui a en fait une portée publique lorsque la conseillère declare à l´égard de l´affaire qu´il y avait une conspiration contre elle organisée depuis la mairie tout en sachant qui était en verité le destinataire de la video: le jeune enfoiré.

Victimes et coupables

La conseillère municipale a été victime en effet d´un abus de confiance commis par son ancien amant.

En vue des faits réels on peut se poser la question sur la responsabilité publique de la propre victime dans toute cette affaire et sur la legitimité de la censure publique.

Une brève réflection sur l´ imprudence et  la legitimité de la censure publique

D´emblèe tout cela a suscité une réaction très tipique qui se reflète dans les commentaires d´une voisine du village. Voiçi:

 “ Si son mari lui a pardonné, qui sommes nous pour la critiquer”

Cette voisine pourtant se trompe car c´est qu´est à censurer dans la conduite de la conseillère ce n´est pas le contenu de la video sinon l´imprudence qu´elle a montré en mettant l´enregistrement à la disposition de ce qui le diffusera sur internet. Le juge devra juger si cette diffusion est un délit ou une faute en tant qu´abus de la confiance. Neanmoins on ne peut pas parler là-dessus d´une atteinte à l´intimité car c´était la conseillère elle même qui aurait porté cette atteinte à sa propre intimité.

C´est le droit à la censure publique des actions imprudentes menées par des personnes investis de l´autorité,  ce qui attire plutôt l´interêt dans ce cas. Cette censure peut être non seulement legitime mais aussi necessaire.

Dans des pays serieux comme les États-Unis, par exemple, l´exemplarité publique est appliqué à la lettre et pas (ou pas seulement) à cause du puritanisme. Les citoyens nord-américains savent que l´autorité qui se comporte d´une façon negligée en ce qui concerne ses transgressions sexuelles devient l´objet potentiel des menaces et des chantages. À cette égard on peut prendre deux cas.

D´un côté la figure de Kennedy proche à celle d´un Casanova. Ses compagnes pourtant ont été discrètes et aucune protestation publique a troublé ses plaisirs privés. D´un autre côté la figure de Clinton qui a eu une liaison avec une boursière maline. Voilá deux exemples opposés d´un même contenu.

L´imprudence n´est pas en soi même de la corruption mais facilite l´accès à celle-çi autant que la convoitise du bien d´autrui peut le faire.

Aucun voisin du village peut imposer la démission de la conseillère. Ça n´empêche pas que les voisins du village puissent la demander.

Pour recupèrer son honorabilité la conseillère n´avait qu´un choix: démissionner comme ètait son propos au début, en avouant une imprudence bête qui a entrainé la perte de l´exemplarité publique exigible à toute autorité.

En fait elle a choisi de faire une autre chose: elle s´est mise à l´abri d´une campagne qui la disculpe et en confondant le privé et le public elle occupe toujours son poste.

Carl Schmitts Lehre in Barcelona

Der sich unten befindende Artikel ist eine Übersetzung ins Deutsche von einem Artikel  von Iñaki Unzueta, der in der spanischen Zeitung «El Correo» unter dem Titel «Carl Schmitts Lehre in Barcelona» am 08/01/2013 veröffentlicht wurde. Iñaki Unzueta ist Professor für Soziologie an der Universität des Baskenlandes (UPV). Der Artikel ist mir besonders interessant vorgekommen, weil der Autor die Figur von Carl Schmitt mit manchen Zügen der heutigen politischen Lage in Spanien in Verbindung bringt.

Für die Übersetzungsfehler entschuldige ich mich im Voraus.

http://paralalibertad.org/ensenanzas-de-carl-schmitt-en-barcelona/

Während die totalitarische Lehre Carl Schmitts im heutigen spanischen Konstitutionalismus zugrunde geht, belebt seine Dialektik von Freund und Feind im heutigen spanischen Nationalismus der Autonomregionen wieder.

Carl Schmitt (1888-1985) lebte in der schwierigen Zeit der Weimarer Republik, die in den Nationalsozialismus mündete. Sein durch die institutionellen und wirtschaftlichen Krise der zwanziger Jahre tief eingeprägtes Werk, erfuhr eine Wende zu der Befürwortung eines “autoritären Staates” und lieferte dadurch die theoretischen Meilensteine, die die miltärischen und politischen Wege des Nazismus bereiteten. Das Werk Schmitts zeigt verschiedene Seiten (eine soziologische, eine politische, eine juristische), die, angekoppelt, zu den Grundsätzen des Totalitarismus beitrugen.

In Bezug auf seine Ideen über die Gesellschaft, ist das Individuum, für Schmitt, gefangen in einem Netzwerk von gegenseitigen Abhängigkeiten. Darüber hinaus hält er “das Volk” als eine grundsätzliche Kategorie eines asymmetrischen Netzwerkes von Kräften innerhalb deren bestimmte Völker anderen unterworfen sind. Diesem Standpunkt zufolge,während der allerletzte Unterschied im Bereich ,zum Beispiel, der Moral auf dem Unterschied zwischen Güte und Böse beruht oder wenn im wirtschaftlichen Bereich der Unterschied, der etwas als profitabel oder nicht-profitabel bezeichnet, durch der Preis geschaffen ist, eignet dem sozialen Bereich ein anderer Unterschied, nämlich, der Unterschied zwischen Freund und Feind. Schmitt sagt:“Das Politische kann seine Kraft aus den verschiedenen Bereichen menshlichen Lebens ziehen, aus religiösen, ökonomischen, moralischen und anderen Gegensätzen; es bezeichnet kein eigenes Sachgebiet, sondern nur den Intensitätsgrad einer Assoziation oder Dissoziation von Menschen deren Motive religiöser, nationaler (im ethnischen oder kulturellen Sinne), wirtschaftlicher oder anderer Art sein können und zu verschiedenen Zeiten verschiedene Verbindungen und Trennungen bewirken”. Der Feind ist der Andere, der Fremde, den man nicht unbedingt persönlich hassen muss. Das psychologische-persönliche Niveau ist durch die Feind-Freund Dualität übertroffen. Es sind nämlich die Völker, die sich dem Feind-Freund Unterschied nach gruppieren. Es ist der Gegner , der sich in einer Konflikt darüber entscheidet, ob das Andersein des Fremden seine eigene Existenz gefährdet und dementsprechend ob er gekämpft werden muss.

Aus diesem sich um die Feind-Freund Dialektik drehenden Ansatz her, schafft Schmitt einen Begriff des Politischen, dem eine Verarbeitung von dem hobbeschen Leviathan zugrundeliegt. Für Schmitt, wie für Hobbes, sind alle vereinzelten Individuen durch die Angst gelähmt, bis zu dem Moment, an dem man sich dessen bewusst wird, dass es sich eine Rechtsordung festzulegen lohnt, nach der sich jedes Individuum der Staatsmaschine unterwirft und seinen bedingungslosen Gehorsam als Gegenstück für Frieden und Sicherheit anbot. Immerhin, löst sich der Staat, eine menschliche Schöpfung, allmählich von seinen Schöpfern um eigenen Regeln zu folgen, die die Verstärkung und Aufrechterhaltung des Staates als Ziel haben. Wahrheit oder Lüge, Schönheit oder Hässlichkeit, Richtiges oder  Falsches werden daher überflüssig und hinderlich für das Funktionieren des Staates. Eine Maschine, Schmitt zufolge, sei nicht gerecht oder ungerecht und die einzige Sache, die man dem Staat verlangen solle , sei Funktionalität.

Schmitt erkennt jedoch einige Risse im hobbeschen Gebäude. Wenn die äuβerliche Macht des Staates auch, dem hobbeschen Ansatz nach, die Unterwerfung des Einzelnen erzwingt, bleibt die Freiheit des innerlichen Bewusstseins unberührt und dementsprechend ist das Individuum noch frei zu denken ,was er will, ohne dass der Staat imstande ist, in seiner Seele einzudringen. Genau diese Risse wurden , laut Schmitt, von den Juden und den Freimaurern benutzt um das Rückgrat des Staates durchzubohren. Durch die von Schmitt durchgeführten Verarbeitung hobbesches Leviathans wurden diese Risse im staatlichen Gebäude verschlossen und gleichzeitig bahnte sich der Staat dadurch den Weg zu einer vollkommenen Unterdrückung: einer äuβerlichen Unterdrückung, auf der einen Seite, und einer die Seele des Individuums erreichenden intrapsychischen, auf der anderen.

Zum Schluss und was die verfassungs-rechtlichen Ansätze anbelangt, meinte Schmitt in 1929, im Gegensatz zu Kelsen, dass das Verfassungsgericht kein Hüter der Verfassung sein konnte. Schmitt war sich dessen bewusst, dass die Einmischungen der gesetzgebenden Gewalt eine Politisierung der Justiz und der Machtverteilung zur Folge hatten. Die Lösung dazu fand er zunächst in einem von den Staatsbürgern legitimierten und von den Parteien unabhängigen Staatsführer. Nur zwei Jahre später aber, in 1931 befürwortete Schmitt  eine Wende in Richtung einer totalitären Staat : “Wenn die Gesellschaft sich selbst als Staat organisiert… werden alle sozialen und wirtschaftlichen Probleme zu unmittelbaren Staatszuständigkeiten”. Eine sich selbst durch die allgemeine Mobiliserung (Ernst Jünger)  als Staat organisierende Gesellschaft mündet in einen totalen Staat. Hitler aber brauchte weder die Gewalt anzuwenden noch den Staat förmlich abzubauen, ihm reichte es, die Ausnahmegewalt zu benutzen, die der Artikel 48 der Verfassung ihm verlieh.

Als die Verpflechtung von Pakten zwischen den Parteien, auf die sich das republikanische Regime stützte, zerrissen wurde (der Pakt mit der militärischen Macht um die Radikalisierung der Linke zu hemmen, der Pakt mit den Unternehmern und Arbeitern für ein gemeinsames Sozial-und Wirtschafts-Modell, der Pakt für eine territoriale Gestaltung der politischen Macht), schwund anschliessend die Weimarer Republik. Obgleich man Vergleichungen unter Vorbehalt mit dem heutigen Spanien machen kann: wirtschaftliche Krise, Verfassungsprobleme oder Nationalismus im Aufschwung, kann man sagen, dass Schmitts Einfluss in der Tat sehr gross in Barcelona und vernachlässigbar in Madrid ist, denn während die totalitarische Lehre Carl Schmitts im heutigen spanischen Konstitutionalismus zugrunde geht, belebt seine Dialektik von Freund und Feind im heutigen spanischen Nationalismus der Autonomregionen wieder. Der Präsident von Katalonien, Artur Mas, teilt nicht Schmitts Thesen des totalen Staates, der Hebel seiner politischen Praxis ist immerhin der Kampf gegen einen Feind. In 1929 hielt Schmitt einen Vortrag in Barcelona, in dem seine Ideen über den Überlebenskampf der Völker noch ganz am Anfang standen. Laut Schmitt fordert die Bewahrung des Wesens eines Volkes die jeweils religiösen, moralischen oder wirtschaftlichen Antagonismen in einen allgemeineren politischen Gegensatz zu verwandeln, der Freunde einerseits, und Feinde andererseits, gruppiert und gegenüberstellt. Die von den Nationalisten angeführten Ungleichbehandlungen ( Angriffe auf ihre Autonomie, Haushaltsdefizite , Verachtung ihrer Sprache) wurden zu Faktoren, die auf einen Feind zielen. Diese prepolitische Auffassung von einem Volk als etwas das um sein Überleben  sicherzustellen, gegen seine Feinden kämpfen muss, ist das reaktionäre Vermächtnis Schmitts an den Präsidenten Kataloniens, Mas

Norbert Elias. Nacionalismo V

William Gladstone

William Gladstone

La sociedad victoriana ¿Una sociedad eminentemente burguesa?

El siglo XIX suele ser descrito como el siglo burgués par excellence. Es esta, sin embargo, una visión limitada*

*La sociedad victoriana misma que a menudo suele pasar por una sociedad dominada por las clases medias industriales poseía una estructura de poder bastante más compleja. Tan solo desde el ángulo de las clases trabajadoras industriales podían aquellas clases medias pasar por clases dirigentes del país. En el contexto de la sociedad y su evolución de conjunto las tensiones y conflictos en Inglaterra entre las clases medias ascendentes y la clases superiores tradicionales no eran menores que las que se daban entre estas últimas y los grupos a los que los contemporáneos se referían como las masas o los pobres.

En lo que concierne a la política interestatal la primacía de las tradiciones dinástico-aristocráticas en la Inglaterra victoriana tenía otra impronta frente a la de los Estados continentales solo en la medida en que en la estrategia de poder británica la marina jugaba un papel más importante que un ejército regular así como en la medida en que el ejército no estaba formado por ciudadanos alistados obligatoriamente sino como en otros siglos anteriores por mercenarios que la mayor de las veces eran reclutados entre los pobres más o menos voluntariamente. Además gracias al mayor peso de su marina la pulsión expansionista de Gran Bretaña se dirigía hacia el poder marítimo, hacia la adquisición o dominio de territorios fuera de Europa. Pequeños contingentes de tropas apoyados por barcos de guerra, armas y conocimientos superiores bastaban para someter territorios muy amplios habitados por sociedades en un nivel evolutivo menos avanzado.

Este y otros aspectos de la especial posición de Gran Bretaña en la competición europea por el poder son responsables de que la nacionalización de la masa del pueblo inglés en el sentido propio del término comenzara algo más tarde que por ejemplo en Alemania o Francia. Mientras expansión y guerra se dirigieran hacia sociedades no europeas menos evolucionadas con ejércitos de mercenarios, el grueso del pueblo británico no se veía afectado. La intelectualidad de las clases medias podía todavía interpretar estas guerras en clave de misión civilizadora, de acuerdo con la definición de Mathew Arnold “ La civilización es la humanización del hombre en sociedad”. O en el caso de que esa intelectualidad conociera más de cerca los rasgos de la expansión colonial británica que no se correspondían con los criterios humanísticos de las clases medias,  podía  permitirse criticar a su país con una libertad con la que no podía contar un miembro de las sociedades continentales alemana o francesa, donde una nacionalización de las formas de sentir y de los ideales impulsada por las instancias del Estado  había ido ya lo suficientemente lejos como para poder convertirlos en marginados o traidores en el caso de que lo hicieran. Una prueba de esto la podemos tener en la amarga queja de Wilfred Scawen Blunt en relación con la fracasada política de Inglaterra en Egipto (“The Wind and The Whirlwind”, 1883 En: “The Poetical Works of Wilfred Scawen Blunt, London 1914)

Te has convertido en el epítome de la hipocresía,

Modelo de fraude para tus vecinos.

Los hombres cuentan y sopesan tus crímenes.

Quien a hierro mata a hierro muere

Te has hecho acreedora del odio de los hombres. Te odiarán.

Te has hecho acreedora del miedo de los hombres. Su temor matará.

Diste de patadas a los débiles. El más débil de entre ellos golpeará tus talones con su

cabeza herida.

Entraste en tierra egipcia a tu antojo. Te quedarás en ella a tu amargo pesar.

Poseíste su belleza y ahora de buen grado la abandonarías.

No. Reposarás junto a ella como lo hiciste.

Lo que a los ojos de individuos que habían crecido en la tradición de la moral de las clases medias aparecía como hipocresía, fraude y crimen era, de hecho, algo que se contemplaba como normal en la tradición guerrera dinástico-aristocrática. En defensa de su propio país y de su propio poder – las dos cosas se reducían a lo mismo para las élites dinástico-aristocráticas- todo esos medios eran contemplados de acuerdo a su canon tradicional como armas inevitables y necesarias en la lucha permanente con otros gobernantes y países. Se empleaban en las relaciones interestatales como una cosa de lo más natural. Solamente cuando las clases industriales ascendentes, con las élites de las clases medias a su cabeza, se ponen a luchar por su igualación y por la obtención de una cuota de poder contra las tradicionales clases superiores en un frente más amplio, comienzan las primeras a dirigirse abierta  y a menudo con considerable aspereza contra la utilización de medios maquiavélicos en el arte de gobernar. Seguramente hay en Inglaterra más ejemplos de un conflicto abierto entre los promotores de un canon moral humanístico y los de un canon maquiavélico que en los países del continente, donde la presión hacia la conformidad con el credo nacional y la estigmatización de la disconformidad se pusieron antes en marcha.

La primera ola de nacionalismo está ligada en Inglaterra con la guerra de los boers y el asedio de Mafeking. Es entonces cuando se llega a la formación y difusión de un sistema de creencias uniforme en el que la nación pasa a ocupar el centro como símbolo de un valor incuestionable y en el que los requisitos indispensables del arte de gobernar quedan más o menos exitosamente unidos a las expectativas que las secciones cultivadas de las clases media y trabajadora tienen de que la nación, de que el Estado y sus representantes satisfagan idealmente unos criterios morales y humanísticos a los que ellas mismas habrán de adaptarse, si bien de una forma no tan completa, dentro de la sociedad.

El descenso de los grupos dinásticos y aristocráticos desde sus posiciones dirigentes en las sociedades europeas y su sustitución por las clases medias y trabajadoras industriales se llevó a cabo en un proceso gradual. En lo que se refiere a las clases medias este proceso aún no se había completado en 1918. Se pasa a menudo por alto el peso que los viejos grupos dirigentes aún tenían antes del final de la primera gran guerra cuando solo se considera como algo estructurado el desarrollo económico interno de los Estados europeos mientras que al desarrollo de las relaciones interestatales se lo contempla como desestructurado y casual. Este último- incluyendo en él los conflictos, las rivalidades y las guerras entre los Estados- y el desarrollo estatal interno son dos elementos inseparables. Cuando se toman en cuentan ambos resulta menos paradójico y casual que  grupos aristocráticos con una larga tradición diplomática y militar siguieran desempeñando un papel dirigente hasta en los más avanzados países del siglo XIX. No entra de ninguna manera en contradicción con la estructura social de aquella época el que un aristócrata de pura raza como Lord Palmerston, cuyos modales y conducta hubiesen podido perfectamente corresponderse con los estándares de las normas de conducta en el ámbito público y privado del siglo XVIII, fuera durante un tiempo el ídolo de las clases industriales inglesas o que, Bismarck, la encarnación de la nobleza prusiana, lograra realizar el sueño burgués de la unificación nacional de Alemania, sueño que las clases medias alemanas por su propia fuerza no pudieron lograr.

La primacía de las élites dirigentes dinástico-aristocráticas en casi todos los Estados miembros del sistema europeo de Estados nacionales en el siglo XIX era una característica estructural de la evolución del sistema en esta fase de transición. Incluso en los países industrialmente más avanzados el poder de las clases medias les permitía como mucho el ascenso a las posiciones de mando de su sociedad solo en calidad de aliados de los viejos grupos dirigentes. La cultura tradicional de éstos proporcionaba a quienes en ella se habían criado o a los que la habían asimilado una clara superioridad en las habilidades que requería el arte tradicional de gobernar que era el que marcaba, a pesar de sus carencias y bloqueos, los puntos de vista y los posicionamientos de la mayor parte de los líderes estatales. Esto afectaba sobre todo a las relaciones interestatales, que apenas habían formado parte de las experiencias de las clases medias y que, por ello, sólo muy indirectamente habían contribuido a la formación de su tradición. En Inglaterra la particular mezcla de absoluta e inquebrantable integridad en los principios, de un lado, y de orientación a resultados, oportunismo y predisposición a las soluciones de compromiso en la práctica, de otro, que muestra la figura de un Gladstone son un claro indicio de  los problemas con que tenían que habérselas individuos de proveniencia de las clases medias cuando alcanzaban posiciones de poder en el Estado. Este dilema no era simplemente expresión de  una disposición personal excepcional sino que mostraba en forma individual las dificultades que se derivaban del encuentro de las culturas de dos capas sociales diferentes y especialmente de dos cánones normativos distintos y en muchos sentidos opuestos cuyo trasfondo social de experiencias era en cada caso completamente opuesto.

Quizá pueda verse mejor el problema si, por concluir, nos acordamos de lo que a propósito de Maquiavelo escribía otro anglicano que se decantó por posiciones no conformistas en una época en que las clases medias urbanas estaban aún en gran medida excluidas de las posiciones dirigentes del Estado y no estaban todavía expuestas a la tentación de enturbiar la pureza de sus creencias con soluciones de compromiso. A continuación algunas de las palabras con las que John Wesley denunciaba al autor del Príncipe- seguramente refiriéndose a la posibilidad de que los asuntos de su propio país pudieran ser dirigidos siguiendo las directrices del florentino:

“Ponderé las opiniones menos corrientes, copié los párrafos en los que se encontraban, comparé unos párrafos con otros y me esforcé por hacerme un juicio frío e imparcial. Y mi juicio frío es: si se reunieran en un volumen todas las doctrinas diabólicas que desde que los tipos de molde existen se han confiado a la escritura,  quedaría éste a la zaga de esta obra; y si  se formara un príncipe conforme a este libro que con tanta naturalidad recomienda la hipocresía, la traición, la mentira, el robo, la opresión, el adulterio, la prostitución y el asesinato sean de la clase que sean, Domiciano o  Nerón serían verdaderos ángeles en comparación con tal príncipe”

La aproximación y la conciliación del canon moral de las clases medias y del canon maquiavélico de las clases dinástico – aristocráticas no era un asunto fácil. No es sorprendente que dicha aproximación y conciliación así como en general el ascenso al poder de las clases medias industriales fuera un proceso gradual* aun cuando las tensiones y conflictos sociales de larga duración que con este proceso están conectados  hayan llegado a estallar en luchas revolucionarias violentas en ciertas fases y lugares.

La percepción de transformaciones a largo plazo de este tipo suele quedar oscurecida debido a la falta de claridad en los criterios que se emplean. Muchas veces no se separa con la suficiente nitidez el ascenso individual desde un estamento o clase a otro, sin que por ello se altere la posición relativa de las capas sociales la una respecto de la otra, del cambio en las posiciones de supremacía y subordinación de las capas sociales en cuanto tales; y de ahí que tampoco se investiguen a fondo ambos procesos en su relación mutua.

Para la investigación de las tradiciones, de las culturas, de las normas, estándares y creencias de las diferentes capas sociales resulta indispensable una separación de este tipo. El ascenso individual suele tener normalmente como consecuencia que el individuo que asciende abandone la cultura de su capa social de origen y que se haga con la de la capa social más alta a la que aspira- o mejor, es la familia ascendente la que en el transcurso de dos o tres generaciones se muda a otra cultura (“it takes three generations to make a gentleman” “se tarda tres generaciones en convertirse en un caballero”). Por el contrario, el ascenso de una capa social al completo, el aumento de su estatus y poder respecto de las otras quizás lleve consigo una transformación ulterior de su cultura pero no necesariamente la ruptura con su propia tradición; el ascenso de una capa social entera es absolutamente compatible con la continuidad en el desarrollo de sus normas, estándares y creencias tradicionales, a pesar de que pueda darse la absorción de elementos de la tradición de capas sociales anteriormente superiores o una mezcla bastante amplia de las dos culturas. En este caso es el particular proceso de cambio en las relativas oportunidades de poder que se abren a las capas sociales descendentes y ascendentes el que decide sobre la manera en que ambas culturas van a influirse y sobre el tipo de mezcla definitiva.

Koldo y Esperanza

Un buen día sus padres decidieron abandonar el violentamente apacible pueblo de la costa vizcaína donde pasaban los veranos – a la bonita casa que alquilaban la extrema derecha , al parecer, le puso en invierno una bomba-  y se dirigieron con todos sus enseres a un sitio de postín del sur. Quién le iba a decir al chaval que en el trayecto perdería su nombre. Pero así fue…

De anfitriona de ceremonias de este nuevo bautismo solía ejercer Esperanza. Esperanza era la madre de unos de sus nuevos amigos. De una edad algo avanzada en comparación con las madres de los demás chicos, Esperanza solía llevar consigo un perro muy feo que no hacía más que estornudarle en los pies. Al comienzo del verano el chaval  solía encontrárselos a los dos cada vez que se disponía a darse el primer chapuzón de la temporada . Entraba sacando pecho en el recinto de la piscina y el encuentro con Esperanza solía desinflárselo,  dejándole como sin aire. Resuelto incialmente a tirarse de cabeza acababa haciéndolo a lo bomba. Desmoralizado, se dejaba llevar por lo fácil.

¿Qué es lo que le decía Esperanza para dejarle tan desganado mientras su perro  le estornudaba en los pies? Tampoco gran cosa.  A sus oídos había debido de llegar que Koldo significaba Luis en vasco  y, endiñándole de entrada  el Koldo, comenzaba  a soltarle una letanía en la que este nombre hacía de ritornello:  que si pobre Koldo, allá en el norte, con los terroristas, que si ella en Madrid tenía contactos que le habían hablado de lo mucho que  sufrían, allá en el norte, los chicos como Koldo, que si esto ,allá en el norte, antes, cuando no había Koldos y todos eran  Luises , no pasaba… La ceremonia no duraba mucho pero era algo que no fallaba, algo por lo que ,estaba escrito, el chaval  tenía que pasar. Esperanza le dejaba la cabeza untada de aquel pringue después de que su madre le hubiese embadurnado la piel de protección solar. El chaval quedaba así ungido sin saber muy bien a qué reino se le destinaba. El más próximo, naturalmente, era el de la pandilla.

Cierto que en la pandilla había un Pachi y también un Zubi, de Zubizarreta. Pero ni Pachi era Francisco allá en el norte ni a Zubi  me consta que se le hiciera perder el  apellido en sus idas y venidas. A él, el apellido no se lo tocaron, el nombre, si. El ,allá en el norte, estaba llamado a ser otro mientras que allí, en el sur, no le quedaba otra que ser Koldo. Lo curioso es que Esperanza y sus hijos igual que los amigos de sus hijos y los amigos de los amigos de sus hijos eran la mayoría de Madrid, de un determinado Madrid, para ser más precisos, hijos, digamos, que de una burguesía madrileña medio alta – no hay cosa peor que una burguesía medio alta- Hijos había hasta de ex golpistas de Estado que pronunciaban el Koldo con particular engolamiento.

¿Cómo fue posible aquel malentendido? ¿Qué clase de estupidez cometió aquel chaval para convertirse en el Koldo de aquel reino entre adolescente e infantil? ¿Qué pretendía Esperanza, con todos aquellos contactos suyos de  la capital, al recitarle aquella letanía que le devolvía otra vez al norte cuando el chaval  no acababa sino de aterrizar con su familia en el sur? ¿Qué puede todo esto tener que  que ver con un país en el que, entre Koldos y Esperanzas, nadie se resuelve quizá a llamar a las cosas por su nombre?

Pues no lo sé, la verdad, aunque no niego que me gustaría saberlo.

Taberna Elisa

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Había pasado la cabalgata. Los devaluados cotillones de reyes habían dejado su sinsabor a quien no gusta de sucedáneos. Se sentía un intenso olor a roscón en el ambiente y la lotería del niño no le había tocado porque sencillamente detestaba la lotería y toda su parafernalia, así que nunca compraba. Los servicios de limpieza del ayuntamiento iban barriendo los restos de la navidad y uno se encontraba en ese melancólico término medio en que las celebraciones no acaban de dejar su sitio ni a las rebajas ni a la cuesta de enero.

El día anterior había recibido un sucinto correo electrónico. “Mañana 20:30, jam session en Taberna Elisa”. Entrada la tarde decidió que nada tenía que perder así que se encaminó al local con calma, dándose una vuelta por la ciudad ya oscura y en la que la melancolía de la mañana se espesaba en las calles vacías del domingo. Poco tenía que perder. Le acompañaba, sin embargo, la pesada sensación de que a cada paso que daba estaba perdiendo algo. Demasiado lejos ya para volver, se dijo.

Habiendo llegado al local antes de la hora, echa un vistazo desde fuera. Nadie o muy poca gente dentro. Decide apurar el tiempo, acercarse a un cajero para sacar dinero le da un buen pretexto. Vuelve. Echa otro vistazo desde fuera. Alguien desde dentro le reconoce. Otro pretexto, esta vez para entrar.

Saluda, felicita el año, charla con los viejos y entrañables compañeros de intercambio  y se acoda en la barra con una cerveza. Mira a su alrededor. Enfrente suyo un tipo maduro de barba blanca con una guitarra y otro más maduro aún con un banjo. Norteamericanos, al parecer. A su derecha un hombre menudo minusválido al que se le había hecho sitio en una esquina para que se instalara. A la altura de sus brazos una especie de tabla recubierta de metal con unos platillos incorporados, algunos dedos de las manos del hombre aparecen revestidos de algún material a fin de extraer sonoridad a tabla y platillos.

Mientras sigue charlando con los demás, los tres individuos comienzan a tocar. Su curiosidad busca un pretexto para tomarse otra cerveza pero no está seguro de que aquello dé para tanto. Decide, no obstante, probar suerte justo en el momento en que empieza a comprobar cómo algunos de los que tomaba por clientes del bar van desenfundando sus banjos, sus guitarras, sus clarinetes uniéndose a los tres individuos del principio. Uno de los tipos empieza a cantar en inglés. Su segunda cerveza se encontraba a la mitad cuando comienza a no descartar que caigan unas cuantas más así como a tener la sensación de que la Navidad y sus villancicos van quedando un poco más lejos y Kentucky y los Montes Apalaches un poco más cerca. No tarda en confirmársele esa sensación al ver cómo un individuo joven con bigote entra en el local, se sube  al pequeño escenario  con aplomo y ,sacando su violín ,empieza a acompañar al resto.

No solamente el cantante sino también una esbelta y atractiva norteamericana de unos cuarenta y tantos que entretanto había entrado en el local con una especie de arpa y se había puesto a cantar de pie en medio del resto de músicos , van repartiendo frases para que el público las coree.  Viendo que los últimos en entrar habían sido un acordeón, un inmenso contrabajo y una trompeta nuestro hombre no ve nada de malo en que su gaznate humedecido ya por la cuarta cerveza aporte algún que otro gallo a la espontánea orquesta.

Un tipo de Chicago con cierto aire al actor Bill Murray es requerido por la rubia a  contribuir con algún toque de blues de su comarca. Ningún inconveniente. Deja la barra donde está con su guitarra, se sienta donde  la rubia y pasa a convertirse en la estrella del momento.

Todo el mundo lo fue aquella noche,  yo creo . Nuestro hombre también. De un plumazo y gracias a una cuadrilla de músicos de origen variopinto se sacudió la murria navideña, el tedio de un folclore que había acabado por serle tan ajeno como próxima  la música de aquella abigarrada  compañía de desconocidos.

La mañana siguiente amaneció con una densa niebla en Madrid. Nuestro hombre, en cambio , se sentía despejado y se despedía hasta la próxima reconciliado con la ciudad, igual que esa pareja que, tras haber desayunado a su lado en el café donde solía hacerlo, se despedía junto a la boca del metro tras una intensa noche de amor.

Oswald Hesnard: Walther Rathenau

Oswald Hesnard

Oswald Hesnard

A lo largo de las próximas entradas del blog iré intercalando traducciones de pasajes de la obra “À la recherche de la paix France-Allemagne” Les carnets d´Oswald Hesnard (1919-1931) ( «En búsqueda de la paz franco alemana. Los cuadernos de Oswald Hesnard») publicado por Presses Universitaires de Strasbourg en cuya atenta lectura me encuentro sumido.

Catedrático de alemán, Oswald Hesnard fue destinado a Berlín de 1919 a 1931. A partir de 1925 juega un papel decisivo como intérprete e informador personal de Aristide Briand, ministro de exteriores de Francia, participando en todas las conferencias internacionales. Habiéndose ganado la confianza de Stresemann, ministro de exteriores alemán, Hesnard consigue convencer a ambos políticos acerca de la posibilidad de superar las dificultades nacidas de la guerra y de la implementación del Tratado de Versalles

De momento me ha llamado poderosamente la atención la semblanza que Hesnard hace de Walther Rathenau , así que es lo primero que de sus cuadernos me resuelvo  a traducir.

Walther Rathenau nació en Berlín, hijo del empresario Emil Rathenau y de una hija de Benjamin Liebermann. estudió física, química y filosofía en su ciudad natal y en Estrasburgoo. De origen judíoo, su padre, Emil Rathenauu era presidente y fundador de la Sociedad General de Electricidadd (AEG), presidencia que heredó a la muerte de éste en 1915.

Rathenau tenía 16 años cuando su padre fundó la AEG y, tras sus estudios universitarios, estuvo trabajando en varias empresas electroquímicas situadas lejos de Berlín, tanto dentro de Alemania como en Suiza. Tras diez años lejos de su hogar, volvió a Berlín en 1899, donde se haría cargo de negocios internacionales, y se convertiría en uno de los más prominentes industriales del Imperio Alemán tardío y de la República de Weimar.

Fue asesinado el 24 de junio de 1922, dos meses despúés de firmar el Tratado de Rapallo con la URSS. (Fuente: wikipedia)

WALTHER RATHENAU

Walther Rathenau

Walther Rathenau

Solía haber encuentros emotivos. Pienso ante todo en el excelente señor Hamspohn*

Johann Hamspohn (1840-1926), industrial renano, fundador en 1892 de la Unión De Sociedades Eléctricas que en 1920 se fusiona con la Sociedad Eléctrica General (A.E.G.) de Emil Rathenau, de quien se convierte en socio.

Había apoyado en otro tiempo a Rathenau padre, recorrido el globo, participado en la formación de la General Electric, negociado con la Thomson Houston. Sus 75 o 78 años habían respetado el porte altivo de su estatura. Las funciones honoríficas que conservaba en la A.E.G. le dejaban el ocio para dedicarse a soñar. Solía decirme que a su edad, retirado en su propiedad de Wannsee, ya no le quedaban ambiciones personales y que lo que quería era pasar el atardecer de su vida de una forma discreta  siendo útil a los demás. A este hombre anciano no le importaba dejar su villa del campo a cualquier hora para citarse conmigo y hablar de la reconstrucción. Su pasión era la reconciliación en el ámbito de los negocios. Desde el primer momento había recomenzado a frecuentar los hoteles, a analizar balances, a recoger firmas. Verificaba las informaciones de París, mandaba recortar los artículos del Journal Official en los que figuraban los debates del parlamento y naturalmente leía los informes del señor Loucheur*

Louis Loucheur (1872-1931), politécnico, ingeniero ferroviario, fundador en 1899 de una sociedad, la Sociedad General de Empresas, que se ocupaba de redes de ferroviarias y de electrificación. Briand, presidente del Consejo le llama en diciembre de 1916 al ministerio de armamento donde desempañará funciones a lo largo del transcurso de la guerra; ministro para la reconstrucción industrial en noviembre de 1918, y diputado por el Norte, departamento que fue devastado durante la guerra, desde 1919 a su fallecimiento; varias veces ministro y delegado de Francia en la Sociedad de Naciones

Tenía fe, esa fe a la que no le importunan ni los obstáculos psicológicos ni las dificultades materiales. Sus propuestas tenían el beneplácito en principio de sus amigos de la A.E.G. aunque no dejaban de suscitar entre ellos objeciones provenientes de un escepticismo provocado por una lectura más exacta y razonada de la prensa extranjera.

Felix Deutsch (industrial berlinés miembro de la directiva de la A.E.G.) no hablaba sino de que había que sentarse a una mesa para hablar en términos negociadores de las reparaciones de guerra y ni que decir tiene, que  había que hacerlo de igual a igual sin que los alemanes fueran convocados por sus enemigos de ayer como acusados a los que se condena de antemano a restituir lo robado. Había que asociarse para ganar dinero ¡Ya era hora! Eso sí ¡ Nada de tender las manos para que nos las esposen!

En lo que hace a Walther Rathenau su actitud era le de un observador encerrado en una calma voluntaria, interiormente agitada de esperanzas, miedos, deseos, dudas, esforzándose por dominar estos sentimientos contradictorios ya que la lógica le demostraba que aún no había llegado el momento de actuar y que aún había que esperar mucho.

El fue, en suma, el único alemán que desde el primer contacto me dio la impresión de una verdadera superioridad. Solía ir a verle al despacho que tenía en el primer piso de una inmensa nave fría y gris en la Friedrich- Karl Ufer. El local era de una simplicidad a la que no le faltaba algo de afectación. Desde ella su padre había construido esa maquinaria inteligente y ágil que era la A.E.G., desplegado la organización de sucursales, toda una red al principio frágil pero cuyas mallas habían ido consolidándose por sí mismas, anudándose y reanudándose sobre el terreno, multiplicándose, extendiéndose por las cuatro esquinas del mundo, generando demandas que tenían que ser satisfechas, consumiendo pedidos a fábrica, dirigiendo fondos  a entidades de crédito creadas sobre la marcha, ramificándose en almacenes, fábricas, bancos…

Aquí el lado ahorrador y laborioso del viejo Rathenau llevaba su preciosa y oculta existencia. Aquí se encontraban su mesa exenta de lujo, su material de oficina, el retrato del emperador. El hijo no había cambiado en nada el orden de cosas del padre. En este ambiente seco, prosaico y comercial era donde estudiaba los balances, los proyectos de sus ingenieros, los de sus consejos financieros. El filósofo y el artista se resarcía en su villa de Grünewald, llena de libros, de álbumes, de obras de arte, era este el hogar recluido donde, al caer de la noche, el amante de la soledad gustaba de meditar sobre el trabajo de los hombres, ya fueran sus contemporáneos o los de la sexta dinastía egipcia.

Su memoria, la cantidad y variedad de sus conocimientos eran impresionantes sin tener que llegar a lo más alto en un país donde no resulta raro encontrar cabezas bien amuebladas de nociones densas y ordenadas. Su naturaleza moral si que llamaba la atención. Estaba hecha a base de fuertes instintos, disciplinados duramente desde la infancia, cuya fiebre impaciente, continuamente calmada por un control voluntario, agitaba y culminaba una nerviosa insaciabilidad. En principio su persona no dejaba entrever más que sabiduría, mesura, modestia. Una vestimenta cuidada pero sobria y simple. En invierno no utilizaba pellizas sino amplios abrigos sin seda ni terciopelo; gestos sobrios y lentos; una amabilidad serena y sonriente; en la discusión política un calor puramente intelectual sin reacciones emotivas. Si se hablaba de la escasez o de la carestía de los alimentos afirmaba en tono suave que para él el empleo de nata en las comidas de individuos que no estaban enfermos constituía un verdadero delito social. Le hubiera gustado que una legislación dura prohibiera el consumo de lujo, que se reservaran a los enfermos los huevos, la mantequilla, la carne roja. En ocasiones estas protestas humanitarias que nunca excedían, por lo demás, el límite del buen gusto y que eran moderadas, razonadas y convincentes, rozaban, sin caer en ella, la afectación. En lo que se refiere a su cortesía sin tacha, bastará una breve anécdota para ilustrarla. Un día de 1921 almorzábamos con él  en  casa de un funcionario de una comisión interaliada que había querido ponerle en frente de un parlamentario francés. En el salón, la taza de café en la mano, estos señores se ponen a hablar de las reparaciones de guerra. Rathenau critica ponderadamente las cifras de Londres* y sugiere que con solo  representarse cifras del orden de 100 mil millones en oro y  los medios necesarios  para hacer los pagos de esas cantidades bastaría para alterar de arriba abajo la economía mundial.

* La conferencia interaliada de Londres, 30 de abril- 5 de mayo 1921, sanciona, los cálculos de la Comisión de Reparación, 132 mil millones de marcos en oro, como la cantidad en concepto de reparaciones de guerra a pagar por Alemania

El joven diputado francés acaba por manifestar cierta irritabilidad ante tanta docta mayéutica. Irritado por unas objeciones discretas, desprovistas de vehemencia pero insistentes, exclama de golpe que después de todo ha sido Francia la que ha ganado la guerra, que ella reclama lo que se le debe y que si no lo obtiene  ordenará marchar a sus divisiones y se cargará las resistencias a cañonazos. Rathenau no pestañea. Solamente dice con una voz pausada y grave. “Pero, no, hombre, no, Uds. no harían eso… El mundo está saturado de horrores”. Y lo repite girándose hacia los otros invitados: “Uds. lo saben bien: el mundo está saturado de horrores”

Yo creo que los imperativos de la estrecha disciplina que se le veía observar fueron formulados ya en su primera juventud. Uno de sus condiscípulos, distinguido psicólogo más tarde, me contaba cómo se formó de un modo bastante brusco buena parte de su personalidad. Tenía quince años y, sin esforzarse demasiado, sacaba buenas notas. Al final de un trimestre un profesor le echa un sermón delante de toda la clase. Después de dar cuenta de los pasables resultados del estudiante con grandes dotes que era, el profesor concluye “ Renunciando a sacar partido de todas las facultades que tienes, estás faltando al primero de tus deberes humanos: eres un ser inmoral” El alumno Rathenau consternado, acaba enfermando, tiene que guardar cama y después de algunos días con fiebre, se va al campo donde pasa una temporada. Regresa profundamente cambiado, más maduro, trabajador, asaltado en ocasiones por escrúpulos dolorosos, consumido por una sorda ambición, por un inmenso deseo de destacar.

¿Qué oscuro drama se desarrolló bajo esa apariencia de calma y  atentas maneras, bajo esa alma ardiente. desde la debacle militar y las veleidades de un reclutamiento masivo* hasta el día en que las balas de (espacio en blanco en los cuadernos de O.H.) pusieron  brutal y sangrante sello a la vida del judío más grande de la moderna Alemania ?

* Durante la guerra Walther Rathenau jugó un papel decisivo en la movilización industrial poniendo, a petición del gobierno, el aprovisionamiento de materias primas bajo el control del Estado. Cuando en 1918 la perspectiva de la derrota se hace más clara, su primera reacción fue la de pedir un “reclutamiento masivo” como último esfuerzo de guerra.

Walther Rathenau era de aquellos a quienes el  régimen anterior no permitía la ascensión a los más altos cargos. Su paso durante la guerra por el departamento de materias primas fue corto, abreviado por las hostilidades de un alto mando antisemita que mostraba un optimismo completo, absoluto y sin matices, incapaz de ejercer la más mínima crítica ni de soportarla, impenetrable a ninguna idea que no fuera de orden estrictamente militar, ansiosamente dependiente de la doctrina que venía del gran cuartel general. Rathenau, profundamente consciente de su valía, del ágil y sutil funcionamiento de sus energías espirituales, despreciaba a estas pequeñas almas burocráticas, estuvieran al servicio de la administración militar o civil. Las despreciaba sin decirlo, íntimamente. Odiaba igualmente a algunos capos pesados de la industria, los dueños del carbón, esos señores feudales egoístas bien anclados sobre el suelo patrio, rabiosamente obstinados en mantener y aumentar sus privilegios, en minar el crédito y la autoridad del Estado, en reducir a los nuevos gobiernos al ridículo papel de consejos deliberantes privados de fuerza efectiva, hazmerreír de los contribuyentes, destinados a la bancarrota, objetos de continuos desaires en el extranjero. Detestaba a Stinnes*, el tipo auténtico de capo desprovisto de todo sentido cívico, creador de inmensos e inexpugnables feudos económicos, favorable a cualquier reacción, plutócratas sin ambages que se beneficiaban sin escrúpulos del embrutecimiento de la gente, de su miseria, de sus odios. Le acusaba de haber intentado hacer fracasar las negociaciones tras la conferencia de Spa, de no haber pensado desde ese momento sino en las sanciones, en la ocupación de la cuenca del Ruhr, de haber deseado una operación que quizá hubiera puesto en pie a Inglaterra y  metido a Francia en fatigosas complicaciones y que, en cualquier caso, hubiera enfrentado directamente a la capital francesa con la industria alemana y  eliminado a Berlín del debate – y de los grandes asuntos.

*Hugo Stinnes (1870-1924), industrial venido del mundo del carbón, auténtico virtuoso de los negocios, crea durante la guerra y la inmediata posguerra un inmenso imperio siderúrgico, beneficiándose particularmente de la situación inflacionaria. En la conferencia interaliada de Spa a la que los alemanes fueron invitados y en la que toma parte en calidad de experto en Julio de 1920 causan revuelo sus declaraciones al manifestar que a los aliados “la victoria les había hecho enfermar”

 

Norbert Elias. Nacionalismo IV

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Solución de compromiso y predisposición negociadora inglesa vs. predisposición alemana

En el trato hacia fuera, en la comunicación entre miembros de dos naciones surgen barreras al recíproco entendimiento derivadas del diferente manejo de la fundamental dualidad del canon normativo. Los alemanes, para los que no existe una solución de compromiso entre un canon normativo moral y otro nacionalista dan por hecho implícitamente que los ingleses conocen igual que ellos los rasgos amorales de toda política nacionalista y que conscientemente se dedican a cubrirlos bajo un manto de moralidad. Desde su manera de pensar no pueden concebir la aspiración inglesa a soluciones de compromiso sino como una muestra de engaño deliberado, como hipocresía. Por su parte, los ingleses que habían aprendido a ver como algo natural, como algo razonablemente práctico a la vez que practicable, las soluciones de compromiso al dilema (en que de hecho el asunto consistía) consideran la ausencia de predisposición negociadora que lleva a  los alemanes asegurar que la política común a todos los Estados es una política amoral orientada principalmente por los intereses del Estado propio, como reprobable y peligrosa. En ambos casos la tradición interna de conducta y pensamiento es la que determina automáticamente el criterio a la hora de percibir y juzgar a la otra parte.

La importancia de la seguridad marítima de Inglaterra en la determinación de la derrota de la monarquía y su influencia en una mayor permeabilidad entre las capas sociales

Merecería la pena mostrar en detalle la nacionalización gradual que en la Inglaterra del siglo XIX y XX se opera en los modos de sentir, en la conciencia y en los ideales de todas las clases así como la correspondiente moralización de la representación del Estado y la nación. Se pondría de manifiesto en qué estrecha medida la interrelación de los dos cánones normativos está ligada al hecho de que la permeabilidad de las barreras entre las diferentes capas sociales, en especial desde la unión de Inglaterra, Gales y Escocia en el siglo XVII y a principios del XVIII, era comparativamente mayor, y mayor con cierta distancia, que en las sociedades continentales europeas. Esto a su vez- como sucede a menudo la explicación sociológica última es muy simple-residía en el hecho de que la seguridad de la población de las islas no dependía en primera línea de un ejército regular a las órdenes de oficiales provenientes del viejo estamento militar y de la nobleza poseedora de tierras sino de una formación militar especializada en la guerra marítima, en una marina de guerra.

Dejando aparte el carácter específico de sus técnicas de lucha y su composición social un cuerpo de oficiales de marina no podía, debido a las particularidades del estamento militar al que servía, jugar el mismo papel en las relaciones estatales que el que jugaba la oficialidad de un ejército regular  en las autocracias absolutistas del continente- y, por lo tanto en Alemania hasta el final de su fase dinástica en 1918. Dicho cuerpo no podía ser utilizado como instrumento para el mantenimiento o incluso fortalecimiento de una reducida permeabilidad entre las capas sociales por unos gobernantes cuyo poder estaba ligado a la separación, a las diferencias entre las principales capas de la sociedad y a un fluctuante balanceo de las tensiones entre ellas.  Como consecuencia, después de lentos e iniciales titubeos en el siglo XVII, se llega en  Inglaterra en el siglo XVIII a la existencia de un relativo continuo flujo de modelos de conducta de clase media hacia arriba y de modelos aristocráticos hacia abajo. Un primer impulso en la dirección de una moralización en la representación del Estado y de una nacionalización – aún concebida en términos religiosos- de la moral puede observarse en el periodo de la Commonwealth de Cromwell. En el siglo XIX la moralización de Inglaterra en tanto Estado y nación se muestra  como efecto que acompaña primero al aumento de poder de los grupos pertenecientes a las clases medias industriales y ,más tarde, como efecto de acompañamiento al ascenso de éstos a la posición de clase dominante. En el siglo XX, en especial después de la primera gran guerra, cuando este ascenso a la posición de clase dominante prácticamente está culminado y grupos de las clases trabajadoras avanzan hacia la posición de clase dominante secundaria la moralización de la representación de Estado y  nación y la nacionalización de la autorepresentación de las clases medias y, con cierta demora en el tiempo, también de las trabajadoras acaban definitivamente por prevalecer.

El fluir del doble canon en Inglaterra era tan poco deudor de los misteriosos efectos de un “Volkgeist” de los ingleses que les hacía más proclives al compromiso como la inclinación contraria de los alemanes lo era de unas misteriosas características étnicas o raciales. Ante problemas de este tipo es tentador echar mano de una teoría racial que sirva de explicación. La respuesta sociológica-ya se ha indicado antes- es, no obstante, bastante simple. Su eje y punto central residen en preguntarse por qué en Inglaterra a diferencia de, por ejemplo, Prusia fracasaron los esfuerzos de la dinastía gobernante del siglo XVII por establecer un régimen autocrático en contra de la oposición de las asambleas estamentales. La incapacidad de los reyes ingleses para hacerse con el suficiente dinero para mantener un ejército regular al mismo tiempo que para formar tropas en suficiente número para recaudar ese dinero contribuyó decisivamente en su derrota en su lucha contra  los estamentos. Y esta incapacidad se debía precisamente a que la seguridad de Inglaterra no dependía de un ejército regular  sino de una marina.

Debe tenerse presente  la consistencia con la que los príncipes absolutistas en Francia, Prusia y en muchos otros países del continente reforzaron las barreras entre los estamentos tratando todo debilitamiento de estas barreras como perjudicial a sus intereses a fin de comprender la conexión que en Inglaterra  existió  entre el triunfo de las asambleas estamentales , de las dos cámaras del parlamento, sobre los monarcas ingleses y la mayor permeabilidad de las barreras entre las capas sociales. A partir de aquí se abre el aparente enigma de porque pudo ir tan lejos en Inglaterra la mezcla de “culturas”, la mezcla de las respectivas tradiciones de los diferentes estamentos y más tarde de las diferentes clases. La mayor  recíproca permeabilidad entre las tradiciones de la aristocracia y las de las clases medias a partir del siglo XVIII- mayor en comparación con la correspondiente evolución en Alemania- y en este contexto, el intento por parte de sectores de la clase media inglesa de unir en el dominio de las relaciones interestatales el canon normativo aristocrático con el moral-humanístico que habían traído consigo en su ascenso al poder, representa uno de los muchos ejemplos de una constatación de hechos sociológica fundamental. En este caso por lo tanto la mayor permeabilidad mutua entre capas sociales que lindaban entre sí favoreció en Inglaterra el que entre ellas fluyera el canon normativo y así como que se diera una generalización de la tendencia al compromiso.

La monarquía inglesa: de dueña del Estado a símbolo de la nación

Una perspectiva de este tipo quizá sirva para focalizar adecuadamente algunos hechos que, aunque obvios- generalmente quedan aislados y faltos de explicación. Me refiero al papel de la familia real en la sociedad inglesa.

En el siglo XVIII la corte era un centro de poder en el juego de los partidos, centro en el que quien marcaba el paso era la nobleza. El canon normativo que determinaba la conducta de la familia real era un canon aristocrático. De acuerdo al reparto de poder en la sociedad inglesa no existían apenas posibilidades de que el canon moral de las clases medias se estableciese en la corte. Los reyes y las reinas eran percibidos ante todo como personas de carne y hueso y sólo en segundo lugar como símbolos del reino. Con la creciente democratización se hizo cada vez más fuerte- aunque con algunas oscilaciones-la función simbólica de la casa real en tanto que encarnación de un ideal nacional. A medida que las grandes clases industriales, una tras otra, ascendían a la posición de clases dominantes la imagen de sí mismo del pueblo inglés en tanto que colectivo soberano iba quedando marcada, como la cosa más natural, por los requisitos del canon moral. La masa de la población esperaba que la política exterior inglesa también se orientara por estos requisitos, por los requisitos fundamentales de la justicia, de los derechos humanos, de la ayuda a los oprimidos, incluyendo a las naciones oprimidas. Los individuos podrían no estar a la altura de las pretensiones de este canon normativo pero la nación que a los ojos de la masa de la población representaba un “nosotros” ideal solamente podía justificar las coerciones y sacrificios que imponía a sus miembros en la medida en que parecía satisfacer estos requisitos morales. De ahí que la casa real como símbolo vivo de la forma en que los británicos debían conducirse, es decir como ideal de un “nosotros” nacional hubiese de responder a los criterios de la moral de las clases medias y más tarde de las clases trabajadoras. La dinastía monárquica conservaba un espacio limitado en un equilibrio multipolar de poder y, un espacio más amplio en el ámbito de las maneras de sentir del pueblo en tanto que encarnación de un “nosotros” ideal, en tanto que auto-representación colectiva de la nación- siempre y cuando sus representantes  se adaptaran  al papel de ese ideal “nosotros” y cumplieran-en apariencia o en realidad- con los requisitos de la moral de las clases medias y trabajadora.

La función de símbolo de la sociedad estatal era una parte del complejo de funciones de la monarquía. Pero mientras el poder asociado a la posición social de los monarcas comparado con el del simple pueblo fuese muy grande, la necesidad de que representaran en su persona el ideal del pueblo seguiría siendo más bien pequeña. Los constantes desplazamientos en el reparto del poder, que se corresponden con lo que aquí hemos llamado “democratización”, hicieron a quienes ocupaban la posición de monarcas más dependientes de la masa de sus súbditos. Los que antes eran dueños del Estado pasaron a convertirse en símbolos de la nación. Los requisitos morales que en Inglaterra se dirigen a la casa real son por lo tanto un ejemplo – uno de tantos – del proceso de democratización, moralización y nacionalización de las maneras de sentir, de la conciencia y de los ideales en mutua trabazón en tanto que hilos diferentes de un idéntico proceso de transformación de la sociedad.

En la práctica las contradicciones entre, por un lado, la tradición guerrera del canon maquiavélico revestida ahora en una forma nacional y que cobraba su fuerza de la ausencia de control que prevalecía en las relaciones interestatales y, por otro, la tradición moral humanística de unas clases antes subalternas, que cobraba su fuerza del relativo control que prevalecía en las relaciones intra-estatales no se redujeron ni se vieron suprimidas en Gran Bretaña mediante su recíproca penetración y fusión. Pero el hecho de que los responsables de la política exterior británica tuvieran que dar cuenta tanto de sus propias directrices como de las acciones de sus subordinados a un público que poseía un desarrollado sentido concerniente a las cuestiones morales en juego y cuya lealtad a la nación estaba unida en mayor o menor grado con la preservación de la creencia en el valor superior de esas cuestiones, ejerció con el paso del tiempo una clara influencia inhibidora.

Diferencias en las justificaciones del valor superior de la propia nación

Esta creencia misma, la convicción en el valor superior del propio país frente a los demás es un denominador común de todos los sistemas nacionalistas de creencias. Pero las ideologías nacionales particulares, las justificaciones específicas de la aspiración a ese valor superior de la propia nación, se diferencian en diverso grado de un país a otro, según haya sido su suerte en la historia y en el presente. El alcance de estas diferencias es considerable. Se hace en buena medida valer en la estrategia que las élites gobernantes de un país siguen en las relaciones interestatales. En realidad resulta difícil comprender y anticipar el manejo que las élites gobernantes de cada  nación respectiva van a hacer de los asuntos que incumben a su relación con otras sin conocer cuál es el credo nacionalista que en ella prevalece, sin una idea hasta cierto punto nítida de la imagen nacional del “nosotros” y del “ellos” y de su evolución social.

Es necesario que se tenga otro factor en consideración: mientras que la dirección general de la evolución antes descrita fue la misma en todos los Estados en vías de industrialización, se dieron diferencias sustanciales en cuanto al momento en el tiempo en que los Estados interdependientes de la figuración europea de la balanza de poder hacen su entrada en una determinada fase. Dicha figuración estaba formada por sociedades que se encontraban en diferentes fases de la evolución de modo que las menos evolucionadas, civilizadas y humanizadas arrastraban a las que más lo estaban y al revés.

Las consecuencias de esta interdependencia de unos Estados que se encontraban en distintas fases de  evolución puede apreciarse muy claramente en el periodo hasta el final de la primera guerra mundial. En algunos de los Estados más avanzados la burguesía ya había ascendido a una posición dominante, aunque al principio lo hiciera simplemente como socia de la aristocracia cuya primacía social seguía siendo casi igual de grande que antes y solamente un poco más pequeña respecto de países menos evolucionados. Hasta 1914 fue rasgo común a las potencias líderes del sistema estatal europeo el que sus estamentos militares, sus cuadros diplomáticos y el posicionamiento de sus gobiernos en lo que respecta a las relaciones interestatales- por limitarme a lo mínimo- estuviesen determinados por tradiciones aristocráticas, aun cuando quienes ejecutaran esta política procedieran de la burguesía. En toda una serie de potencias europeas gobernaban de una forma bastante autocrática las viejas élites dinásticas y nobles como por ejemplo en Rusia o en Austria; los puestos de mando del Estado estaban ocupados aquí casi en exclusiva por ellas, con, como mucho, algunas concesiones a las clases industriales de las ciudades en la medida en que éstas existieran.

No puede comprenderse la evolución y estructura de una red semejante de relaciones interestatales o sea, el sistema de balanzas de poder en cuanto tal, si se parte de la evolución y estructura por separado de cada Estado que lo compone; sólo puede comprenderse ese sistema como un nivel sui generis en la figuración de la balanza de poder, interdependiente pero no reducible y cuya explicación no se agota a partir de los otros niveles. En el siglo XIX y más tarde lo que dominaba en el nivel interestatal las eran las tradiciones y normas dinástico- aristocráticas a pesar de que los avances técnicos, científicos e industriales dieran empuje y un impulso expansionista más fuerte que en otros siglos a las rivalidades de poder entre los Estados europeos.

Rondalla de reyes

Cuando ayer por la tarde a la salud de mi buen amigo Jose decidí fumarme un rosli mientras apuraba una copa de coñá en una marisquería de un polígono industrial del sur de Madrid a la espera de que un cliente me abriera sus puertas para venderle unos artículos de regalo que me permitieran cobrar el bonus de la campaña de reyes que, a su vez, me permitiera sufragarme los roslis y coñases  que iban a caer durante un año que, como el anterior,  prometía ser duro, caí en la cuenta de que mi vida no podía seguir así y decidí que el comienzo del año era el mejor momento para un cambio total de actitud.

Así que me incorporé de la silla en que estaba sentado, salí del bar, me dirigí al coche , abrí el maletero, saqué el instrumento con su funda, volví a entrar, miré a la concurrencia de operarios con buzo, fui mirado por ellos, sobrevino un mortal silencio y desenfundé… Ni un minuto hubo de pasar para que el ambiente del local pasara a ser el de un cementerio. Acompañado de una casette con la grabación de la rondalla de unos escolares de Bilbao, uno de esos regalos de empresa que jamás conseguía colocar pero por el que sentía un particular e intenso apego, dejé que mi pulgar e índice empuñaran la púa y la metralla de mi bandurria hizo el resto.

Os cuento esto desde la cárcel de Pinto buscando esa redención de penas que el alcaide de la prisión  tantas veces me ha prometido.